Torreta de Miramar

Fecha:
Dirección: Carrer de la Torreta de Miramar
Arquitectos:

El escritor e intelectual Francisco Almela y Vives, dejó testimonio de esta alquería en su libro Alquerías de la Huerta Valenciana (1932). Así nos cuenta, que l se hallaba “en el antiguo Camino de Farinós número 7. Se llama de Miramar por la esbelta torrecilla cuadrada que se levanta sobre la rechumbre a dos vertientes; torrecilla que está rematada por un puntiagudo chapitel de tejas con las aristas de color y que en el cuerpo tiene dos ventanas superpuestas a cada lado. Lo más notable de esta alquería, que es de tipo bastante simple, con perta de medio punto y dos filas de ocho ventanas cada una en la fachada principal – resulta la adaptación que se ha hecho de su lado este, convertido a su vez en una fachada de chalet ochocentista con sus acróteras de barro, con su gran mirador de maderas caladas, con su escalinata, con la verja que cierra un jardín en que descuellan palmeras y eucaliptus. Es una curiosa transformación, a través de los siglos, de la convivencia, en el mismo edificio, de propietarios y colonos.”

Teresa, la hija del último morador de la alquería, Jose Antón Medina, nos cuenta sin embargo, como era vivir en esta alquería, que bien parecía un palacete. Gracias a ella, hemos podido reconstruir parte de la historia de este edificio desaparecido. Como bien escribe Almenar y Vives, tenía una torre desde donde se veía perfectamente el mar, de ahí su nombre. Sin embargo, nos confirma que se situaba al otro lado del Camino Nuevo de Alboraya (actual Emilio Baró), y no en el camino de Farinós. Tere recuerda que era una de las pocas construcciones que había en esa zona y que se encontraba rodeada de huerta, en un lugar privilegiado: “era un rinconcito, que era todo de construcción antigua. Muy cerca de la alquería había un molino, encima de una acequia, con un arco y un pequeño puente que parecían romanos”.

Jose, arrendó la alquería a unas “señoritas”, de clase alta, que conoció paseando por la Alameda, en torno a 1930. Por aquel entonces, la renta que se pagaba por una alquería tal y como esta, era una miseria. Se trataba de una construcción muy amplia, en la que convivían dos familias, en partes diferenciadas. La familia de Tere accedía por la entrada principal y los caseros entraban por una puerta lateral del edificio. Ambas familias eran arrendatarias. Por dentro se comunicaba a través de una puerta con la parte en la que vivían los caseros que se encargaban de cuidar toda la finca y vivían de las tierras que ésta tenía. La familia Laguarda Carsí, fueron los últimos caseros que allí vivieron. Además de trabajar la tierra, los hijos de los caseros, también tenían en la andana gusanos de seda, como un complemento económico muy típico de la agricultura valenciana en aquella época.

Era una alquería muy grande, y su techo era de teja moruna, culminada por la torreta. Para subir a la misma, había una escalera de caracol de madera. En la entrada había una escalinata que daba paso a varias habitaciones. El suelo de la casa estaba hecho con ladrillos formando mosaicos. De allí, se accedía al piso de arriba, donde había once habitaciones. La habitación principal, que se situaba encima de la entrada, tenía un gran balcón terminado con marquesinas, con maderas talladas al estilo árabe. La puerta, en forma redonda, tenía un gran arco y dentro de la casa había otro arco, que creaba dos espacios. Tenía también un gran patio con una cocina (llar), con un pozo árabe y una chimenea. Además, tenía un horno moruno donde se cocía el pan y se hacían todos los dulces. En la pared, en la parte de arriba había una repisa llena de lebrillos y platos muy antiguos. Según recuerda Tera, la casa a última hora estaba para restaurar, puesto que era muy antigua. No se sabe de que fecha era la construcción, pero desde luego, se puede afirmar que tenía, si no una procedencia árabe, una gran herencia de esta cultura.

La alquería tenía un jardín frondoso con árboles grandísimos, palmeras, plataneros, árboles frutales, etc. Todos los días habían pintores, tratando de plasmar la belleza del lugar en un lienzo. Las propietarias, iban allí de expansión a pasar el día, para disfrutar de la tranquilidad y la calma que ofrecía aquel entorno.

Jose, montó una granja para beneficio propio, en esta alquería. Esta alquería disponía de una granja de aves, aunque además tenían otros animales para consumo particular.

Las propietarias del inmueble y los terrenos, lo dejaron en herencia a las monjas Teresianas, con la condición de que lo habilitaran como colegio. Pero debido a que la granja era considerada una industria molesta, con malos olores, las Teresianas, pidieron permiso al papa para poder vender este terreno como solar y, con el beneficio obtenido, construir el debido colegio en otro lugar.

Bien es cierto, que podrían haber quitado las funciones de granja y haber mantenido el edificio debido a su gran valor patrimonial, pero como tantos otros emblemas de la cultura valenciana, no fue así.

De este modo en 1970, informaron a Jose y su familia de que los iban a desahuciar. Jose dijo una frase, que se repite en la historia de Benimaclet: “A mi de aquí me sacarán con los pies por delante”. El desahucio iba a producirse el 31 de marzo y, casualmente dos días antes, Jose falleció sin ver el futuro que le esperaba a su preciada vivienda.

No tardaron mucho en derruir este edificio, que pronto se vio sometido al saqueo y el robo. La familia de Jose, obtuvo una escasa compensación económica por el ayuntamiento.

Así, Benimaclet vio desaparecer, en 1971, una alquería destacada por su singularidad y belleza. Hoy en día, la calle donde se ubicaba porta su nombre para recordar su existencia y la importancia que tuvo en la época.